Esta mañana lucía su traje negro de licra, completamente pegado al cuerpo, y una falda color lila que complementaba con sus accesorios: moñera, calentadoras y medias, yo como su alumno fiel, siempre llegaba temprano, verla prepararse era un deleite.
Se puso frente a la barra e inició su respectivo calentamiento para comenzar la clase. Su cabello negro azabache era recogido con varias vueltas y era ocultado por su moña, lo que dejaba ver la finura de su cuello largo, dignos de una figura estilizada y firme; la elegancia de su presencia era suficiente para que esta diosa del baile no pasase inadvertida ante la mirada de hombres y mujeres.

Al iniciar su clase, no podía evitar quedarme ahí, detenido en el tiempo, mis ojos y mi cuerpo quedaban estáticos, verla levantar los brazos de una segunda posición con tanto estilo, para girar primero la cabeza y luego el cuerpo, emanaba pasión, en un simple movimiento, era una intérprete de la danza, todos los movimientos, desde los más estilizados de la Danza Nacionalista, hasta los más urbanos del Hip-Hop, así como los tradicionales del Joropo Recio le sentaban muy bien, para mí era inevitable no ser regañado más de una vez en la clase mientras me quedaba embobado viéndola bailar.
Su energía era impresionante aquella mañana de ensayo general, los Diablos de Yare, su carácter, sus movimientos ágiles, el rojo del traje también le quedaba bien, resaltaba el blanco, puro y virginal color de su piel que era suave como la porcelana, era mi muñeca, mi muñeca danzarina.
Al verla bailar flamenco, enloquecí más de lo normal, durante aquel pequeño descanso ella se mantuvo activa, yo me senté a un lado para verle, junto a los demás, se puso sus zapatos de puntilla y su falda de lunares, con una flor que adornaba su negra cabellera, empezó a bailar los Tangos de Málaga, la emotividad que despertó en todos los presentes, la pasión, la energía, el “duende” que nos transmitió a todos los alumnos, hizo que nos levantáramos de donde estábamos para acompañarle en jaleos, palmas y uno que otro zapateo.
Me imaginé bailando junto a ella, haciéndole lances o pases cual torero al toro, nutriéndome de su energía y yo dándole mi alegría. Un regaño al aire se hizo presente, otra vez me había quedado paralizado viéndola bailar, pero ¿cómo? era inevitable no ver a mi Afrodita esta mañana.
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