Basada en una historia de la vida real y
cotidiana.

Con algo de astucia y aprovechando que su
familia se encontraba alejada de casa, Casilda concretó salir con un buen amigo,
tomar un par de copas, quizá darse un par de besos y si lo ameritaba la
ocasión, algo de acción, pero todo dependería de cómo evolucionaba la noche que
parecía prometer.
Lucía una chaqueta rosada que combinaba con
unos adorables zapatos del mismo color, su cabello bien cepillado, largo y pelirrojo
la hacía lucir sobria y elegante, además de la forma en que resaltaba su color
de piel blanco leche en medio de estos contrastes. La luna reflejaba ilusión y
entusiasmo en sus ojos marrones que combinaban con las pecas que le hacían
gracia.
Era la última que salía de su trabajo, pues
siempre estaba comprometida en cumplir cada meta diaria que se planteaba. Sentía
que no había cumplido su propósito diario si no lo hacía y la noche se le hacía
frustrante, pero no esta vez; se dispuso a caminar para esperar ubicar a su
amigo que estaba en la esquina esperando.
Sus largas piernas que por este día se
veían ajustadas a un jean y su cuerpo que se contoneaba lado a lado conforme
iba caminando le daban la seguridad de una ejecutiva, que con un cuello largo y
un rostro perfilado de una dama clásica le daban aires de princesa, era una
guerrera en los negocios y una diosa a la hora de proponer ideas frescas.
Una vez cruzó la esquina que la sumergió a
una sórdida penumbra y la alejaron de la vista del vigilante, oyó un sonido de
dos motos, pero hundida en sus pensamientos no cayó en cuenta de lo inseguro
que a esa hora estaba la zona. Volvió a la realidad y se aferró a sus creencias
religiosas y aceleró el paso, pero era demasiado tarde…
El ensordecedor sonido de dos motos frenando
al mismo tiempo la paralizó y la dejó en un profundo shock que Casilda desahogó
con un grito salido de sus entrañas, sentía que un gran reflector iluminaba la
escena naranja en la que se encontraba y se vio a sí misma rodeada de cuatro
sujetos, dos en cada moto. Dos de ellos vestían pantaloneta y franelas largas y
anchas, con gorra, los otros, los “parrilleros” que no pasaban de 17 años de
edad, vestían las típicas camisas de rayas con la trillada marca “Lacoste” y mientras
le profesaban groserías, se negó a entregarles su bolso.
De repente uno de los sujetos metió su mano
dentro de la franela ancha y simulando tener una pistola apuntó a Casilda, que engañada
por este ardid, recordó que la primera incidencia de muerte en su país es a
manos de la inseguridad, así que reflexionó que lo más importante era su vida y
no se arriesgó, entregó sus pertenencias.
Ella continuaba desentendida del asunto,
acorralada y buscando un por qué en las caras de los sujetos logró escuchar que
le gritaban “no me mires” se puso las manos en la cara y se decía a sí misma: “no,
no, no,” y recordó que debió haber hecho caso a su madre. Entre los ladrones y
la pared, no tenía mayor escapatoria, esta era el pan de cada día, al que cada
individuo se enfrentaba y nadie podía evitarlo.
Con la presión de la sangre que bombardeaba
su corazón se sentía más viva que nunca y a la vez muerta por la vulnerabilidad
del momento que la hacía verse en un escenario donde un líquido espeso y rojo la
estaría rodeando y sus cabellos alborotados estarían manchados y opacos
producto del impacto de bala, dejando un rostro sorprendido; sería una escena
del crimen más que vería otro grupo de investigadores, sería otro crimen más,
sin resolver…
Los sujetos la empezaron a manosear, pero
ellos a la vez sentían el miedo y la adrenalina del momento, Casilda sintió un
respeto aterrador cuando solo revisaron sus bolsillos, tomaron el celular que
estaba en la chaqueta y huyeron… Ella no tuvo opción, la luna había
desaparecido ese foco de luz naranja se había dispersado y ella estaba sola en
la penumbra que la acompañaba con amargura.
Indignada e impactada por el show del que
había sido protagonista, se quito las manos de la cara y examinó con mirada
compasiva si esto había sido presenciado por algún observador, al verse sola y
asimilando que había vivido para contarlo, volvió a pasar las manos por su cara
y se soltó en llanto, que fue interrumpido por una voz a lo alto de una
vivienda que le decía que se acercara y se alejara de allí.
Indignada por lo ocurrido y con
desconfianza se acercó, ¿qué era lo peor que podría suceder? luego de hablar
con su familia por teléfono y escuchar los regaños de su padre que no podía
acudir al rescate, recordó que quizá su amigo también había pasado por la misma
escena, el mismo sentimiento aterrador del susto provocado por estos
antisociales.
Casilda se arriesgó y se armó de valor para
salir de esa casa donde le había prestado ayuda una buena mujer, que había
visto en primera fila toda la escena, y que le recomendó irse en taxi hasta su
hogar. Necia y terca como solo podría ser, se dirigió a la esquina, donde luego
de ver dos sombras que se acentuaban cada que se acercaba, la hicieron razonar
que había tomado la decisión errada, se afligió y se dijo a sí misma, “este es
mi fin” allí estaban los sujetos que la habían atracado…
No había vuelta atrás, ella estaba en la
boca del lobo, uno de los sujetos se encontraba junto a un poste de luz y tenía
la moto al lado el otro aún más cerca de ella estaba escudándose frente a un
teléfono tarjetero de la zona y simulando orinar sacaba algo metálico de sus
pantalones, se estaba preparando para ponerle fin a la impertinente Casilda; la
tierra debió abrirse en ese momento para protegerla…
Retrocedió a la espera de que la
persiguieran y la mataran, pero milagrosamente no hicieron nada. En esa esquina
ya no estaba su amigo esperando por ella, quizá se había salvado de vivir esa
mala experiencia. De pronto, estaba caminando a su oficina para que el
vigilante llamase a un taxi y observó a dos sujetos que se dirigían hacia ella,
recordó que solo dos de los sujetos que la habían robado estaban en la esquina
de la que ella se estaba devolviendo y relacionó que estos dos eran los
restantes de sus acompañantes, así que corrió por la otra calle esquivándolos,
pero ellos corrieron hacia ella y al atraparla ella se desmayó.
Luego de despertar, pensó que todo había
sido un sueño, estaba en brazos de su amigo que la estaba ayudando a despertar acercándole
algo de alcohol para oler, pero no lo era, había sido una vivencia tan real
como la noche que aún los cubría, estaba en su oficina, los dos sujetos que la
había perseguido hasta alcanzarla eran el vigilante y su amigo a quien también
habían robado y le dejaron la marca de la pistola en el pecho.
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